LOURDES MÍNGUEZ

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Abrazar un instante

«¿Puede el amor poseerse sin ser consciente, mamá? ¿Podemos vivir la vida poseyendo un tesoro tan valioso y no saberlo nunca? ¿Guardarlo en el cajón, en la memoria, a veces, pensando que es algo pasado y no presente, taparlo con dudas y con prejuicios, y no amarlo como se merece nunca? ¿Permitirnos ver la vida de otros como inspiradora creyendo mejorar ciertos aspectos de la nuestra, pero nunca, jamás, mirarla de frente, destapar el polvo, que no es más que polvo, tocar el tesoro con tus propias manos y besarlo?».

Estoy escribiendo una historia de amor. Me está absorbiendo. Sucede más o menos hacia mitad de la novela. De pronto comprendes algo, algo grande, algo que parecía imposible, pero real, muy real, y entonces todo tiene sentido. Un sentido abrasador. Tú ya sabes lo que va a pasar, conoces la perspectiva, las emociones, los porqués, incluso el final. Y ves que éste no es lo importante, que lo importante está en lo que pasa mientras tanto. Lo ves todo en tu cabeza de forma abstracta, amontonada, pero tan clara. Y solo quieres sentarte y ponerle las palabras perfectas, las que se merece, darle la forma adecuada para poder hacer honor con la escritura a esa historia tan bella. Saber contarla bien. De forma honesta, para que el lector la comprenda, pero con la poesía justa, para que pueda entrar en ella de verdad, para que pueda descubrir todo su esplendor, sentirla tanto como yo la siento.

Releyéndola, encontré este fragmento y fue como un flechazo. Me llegó mucho. Me hizo pensar en cuántas veces hemos anhelado amor, cuando en realidad ya lo tenemos. En todo lo que se nos escapa a veces, lo que obviamos cada día. Ese amor que guardas tan a tientas, si no lo buscas, si no lo miras, es posible que te olvides de que lo tienes, que se desvanezca, incluso, sin haberlo descubierto.

Y si solo abro los ojos, y si solo miro lo que hay. Y descubrir que en realidad no estoy sola. Que ese destello que busco estaba aquí. Y no tan lejos. En ese instante.

En ese instante está surgiendo algo. Crecen raíces, brotan flores, pasan mil cosas; y es magnífico, encontrar el tuyo, verlo antes de que se vaya.

Camino por la ciudad de vuelta a casa dejándome arropar por ella, por las historias de la gente que me cruzo. Y ahí lo veo. En lo más sencillo, lo veo. Lo encuentro cuando miro cómo apunta el sol a los árboles de pronto o cómo cae la lluvia cuando empieza el otoño sobre las hojas que parecían marchitar. El otoño es tan corto que si no lo observas dos veces se te escapa de las manos. Lo veo también cuando bailo, cuando leo poesía. Cuando escucho Verde de Sílvia Pérez Cruz y recuerdo quién soy. Lo encuentro también, en las sombras de los objetos, como arropados por un mundo entero en sí mismos sin darse cuenta.

Cómo definir el amor sino como el deseo profundo e íntimo, abrasador e imposible, de abrazar el instante en que lo estás viendo.

«Ellos, firmes en ese instante, se miraban a los ojos, se susurraban cosas al oído, disfrutaban de la risa del otro, de la conformidad del cielo; no pensaban en lo que fuera a venir después más allá que para que no viniera todavía, pues lo único importante era, abrazar lo que les hacía juntos, que el instante no se fuera».

Untitled. Florence Henri, 1931