El alma de las cosas

Leía en un diálogo ‘el tiempo lo destroza todo’. Qué potente, el tiempo, qué fuerza tan abismal. Es cierto que todo pasa, y después se aleja hasta difuminarse de tal manera que podrías llegar a no ser capaz de verlo, de saber si realmente aquello pasó. Se disuelve, se olvida, se transforma.  

Este verano estuvimos de nuevo en Menorca. Binidalí, ese caudal de espacio cubierto de horizonte, de nuevo. El mediterráneo estaba en todas partes. En la luz, en el azul, en el aroma. No, hay cosas con las que el tiempo no puede. En las ciudades arropadas por el mar siempre vuelve algo; caminas y caminas y no desaparece. Hay un rastro imperecedero, como una evocación suave a la dulzura del paso del tiempo que cubre de elegancia hasta el rincón más olvidado. 

Por supuesto, no solo sucede cerca del mar. Sucede que hay algo que dejamos en cada sitio en el que paramos. Sucede que no pasamos por ningún lugar sin dejar cierto rastro de dulzura estática. Hay un eco, un aura propia, en nuestros movimientos, palabras y sensaciones que se posan y van quedando en cada parte impregnando todo, acrecentando el alma de las cosas.

¿Cuál es el alma de las cosas? ¿Qué caracteriza la vida de un objeto o lugar? 

Libros viejos en la playa, olor a sal en el papel. La lamparita de un apartamento ilumina a contraluz las penas del joven Werther, la literatura de Goethe, tan cálida y lejana, tan allí, y tan aquí, junto al cuenco de porcelana sepia en el que dejas tu anillo antes de dormir. 

Nuestras historias se posan y se entremezclan entre piezas que van de unos a otros, sobreviven más allá de nuestra memoria, sobre la imagen de los objetos que guardamos. 

 
El alma de las cosas_Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Valencia, octubre 2023.

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