Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

La salvación de lo bello

«A la belleza no se la encuentra en un contacto inmediato. Más bien acontece como reencuentro y reconocimiento». La salvación de lo bello. Byung-Chul Han.

«A la belleza no se la encuentra en un contacto inmediato. Más bien acontece como reencuentro y reconocimiento». La salvación de lo bello. Byung-Chul Han.

Me da paz ser observadora y encontrar lo bello en lo cotidiano, lo vivido o, tal vez, lo imperfecto. A pesar de que vivimos en una época que nos está marcando pulir todo hasta hacer la imagen excesivamente lavada, lo bello no es necesariamente lo impecable, lo limpio, lo ordenado; la apreciación de lo bello conlleva un sentimiento tras de sí, una conexión con la naturaleza de uno mismo. La sensibilidad artística se cultiva en esa observación que va mucho más allá de Internet y de lo pulido, no es solo una cuestión estética, se trata de llegar a ver, a comprender, aquello que te conmueve de algún modo. 

Me gusta que en la literatura la imagen sea subjetiva, es decir, el escritor define, cuenta, para que el lector pueda imaginar con precisión, pero lo que el lector ve está ligado a una mezcla entre esa descripción y la imagen que él tiene de la belleza. Es algo subjetivo, abstracto, relacionado con sus recuerdos, su observación personal, y su propia sensibilidad. 

La armonía que aparece de pronto en la imagen viene también de los vacíos, de las ausencias. 

 
Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

El alma de las cosas

Leía en un diálogo ‘el tiempo lo destroza todo’. Qué potente, el tiempo, qué fuerza tan abismal. Es cierto que todo pasa, y después se aleja hasta difuminarse de tal manera que podrías llegar a no ser capaz de verlo, de saber si realmente aquello pasó. Se disuelve, se olvida, se transforma.

Leía en un diálogo ‘el tiempo lo destroza todo’. Qué potente, el tiempo, qué fuerza tan abismal. Es cierto que todo pasa, y después se aleja hasta difuminarse de tal manera que podrías llegar a no ser capaz de verlo, de saber si realmente aquello pasó. Se disuelve, se olvida, se transforma.  

Este verano estuvimos de nuevo en Menorca. Binidalí, ese caudal de espacio cubierto de horizonte, de nuevo. El mediterráneo estaba en todas partes. En la luz, en el azul, en el aroma. No, hay cosas con las que el tiempo no puede. En las ciudades arropadas por el mar siempre vuelve algo; caminas y caminas y no desaparece. Hay un rastro imperecedero, como una evocación suave a la dulzura del paso del tiempo que cubre de elegancia hasta el rincón más olvidado. 

Por supuesto, no solo sucede cerca del mar. Sucede que hay algo que dejamos en cada sitio en el que paramos. Sucede que no pasamos por ningún lugar sin dejar cierto rastro de dulzura estática. Hay un eco, un aura propia, en nuestros movimientos, palabras y sensaciones que se posan y van quedando en cada parte impregnando todo, acrecentando el alma de las cosas.

¿Cuál es el alma de las cosas? ¿Qué caracteriza la vida de un objeto o lugar? 

Libros viejos en la playa, olor a sal en el papel. La lamparita de un apartamento ilumina a contraluz las penas del joven Werther, la literatura de Goethe, tan cálida y lejana, tan allí, y tan aquí, junto al cuenco de porcelana sepia en el que dejas tu anillo antes de dormir. 

Nuestras historias se posan y se entremezclan entre piezas que van de unos a otros, sobreviven más allá de nuestra memoria, sobre la imagen de los objetos que guardamos. 

 
El alma de las cosas_Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Valencia, octubre 2023.

Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

Un baile interno

La primavera siempre es un tránsito. Nunca conseguí verla de un modo diferente. Momentos lentos, ilusiones extrañas que me llevan a pensar que lo que ha de venir, vendrá. Una estación casual, por momentos dulce, precisa, como tratando de augurar un nuevo comienzo que todavía no llega. Desde que ha cambiado la hora, por la mañana hay una luz dorada que entra por la ventana del salón e invade toda la casa.

La primavera siempre es un tránsito. Nunca conseguí verla de un modo diferente. Momentos lentos, ilusiones extrañas que me llevan a pensar que lo que ha de venir, vendrá. Una estación casual, por momentos dulce, precisa, como tratando de augurar un nuevo comienzo que todavía no llega. Desde que ha cambiado la hora, por la mañana hay una luz dorada que entra por la ventana del salón e invade toda la casa. Vivo en una espera eterna hacia lo impredecible. La novela está acabada, qué va a pasar ahora. Pero esa luz, esa luz me da esperanza, el color dorado me da esperanza, la imagen que envuelve mi casa me da esperanza. Su aura es un caos, pero hay promesas claras en esa luz.

Luego, me doy cuenta de que hace tiempo que no veo el mar. Me doy cuenta de que llevo todos estos meses hablando de él en el libro: cuento, a través de los personajes, que el mar siempre va conmigo, que siempre está, aunque no lo tengas delante. Sé que aunque el mar no se vea, hay una huella inequívoca en cada paso, en cada rincón. Aunque el mar no se vea, se siente, se huele, se toca. Aparece y no te pierdes. Aunque el mar no se vea, te guía. Sin embargo, tanto tiempo sin verlo, me doy cuenta, de que lo necesito, se me ha agotado el recuerdo. Necesito ese respiro, su imagen viva de nuevo.

El mar nunca está igual, por más que lo parezca. No era el mismo mar aquel que me vio crecer, ni el mismo, el que me vio mirarlo hace unos años, perdida, ni el mismo, por supuesto, el del verano en que conocimos Menorca, el año pasado. En realidad, el mar solo es un espejo en el que puedes ver quién eres ahora, solo es agua, nada más, agua clara que te hará ver este momento y guardarlo para siempre. Pero la imagen no es precisa, y en ocasiones acaba olvidándose. A veces me gustaría poder ver el mismo mar de entonces, aunque solo sea por un momento, volver a ver aquel mar de mi juventud. Poder recordar, más claramente, qué pensaba entonces de la vida. Guardaba la esperanza hacia algo que no sabía definir. No sabía poner palabras, no sabía nada, y aun así, las olas me guardaban el secreto. Me prometían que hoy estaría justo donde estoy, bajo el mismo caos que la luz que invade mi casa por la mañana.

Me encanta este cuadro de Monet. Monet no pretendía contar ninguna historia en concreto, en realidad, no había historia, no se sabía. Solo plasmar las sensaciones que advertía al observar aquello que tenía delante. Capturar el instante. Esa luz, esa “impresión”, más allá de lo que la realidad decía. 

Me pregunto cómo sería la imagen de aquel mar, el de entonces, si se hubiera podido pintar.

 
Un baile interno_Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Puente de los Nenúfares. Claude Monet, 1899.

Leer más
Artículos Lourdes Mínguez Artículos Lourdes Mínguez

Lo que me une a Elena Ferrante

Texto para Revista Mimbre.

En aquellos días empezaba a pesarme haber dejado demasiado abandonada la novela que estaba escribiendo. Estaba loca por contar esa historia, pero era como si las voces de los personajes se hubieran ido perdiendo entre sombras, me hablaban desde lejos, y al final, ya no las oía. Llegó agosto y decidí dejarla reposar un poco hasta la vuelta de vacaciones. Tal vez fuera lo mejor, las cosas vuelven cuando deben hacerlo. Entonces nos fuimos a Menorca.

No olvidaré aquella tarde en la que decidimos ir a dar una vuelta a Mahón para comprar un libro a mi hijo. Mientras él echaba un vistazo, me quedé observando la estantería giratoria y vi el nombre de Elena Ferrante en aquel ejemplar de bolsillo de La amiga estupenda. Soy una persona que se mueve por intuición y hubo algo que me atrajo mucho. Era la forma del título. Parecía simple, pero esa simplicidad me resultó elegante. Encontré cierto sentimiento femenino que me llamaba, y, por otra parte, la palabra estupenda me pareció que aguardaba algo indecible, me sorprendió, era una palabra que nunca se me hubiera ocurrido usar, y de pronto, me sedujo, me pareció bonita, como esas cosas que lo son sin saberlo. Pero la autora sí lo sabía. Me fui de allí con el libro, pensando en quién era Elena Ferrante. Yo ya había leído que Elena Ferrante era un seudónimo. Ella no quería que la conocieran por quien era, solo quería que la conocieran por sus historias. A mi entender, una elección tan elevada, tan elegante, como el título; ella era alguien que dejaba que su obra fuera solo eso, una obra, sin sombras, la dejaba totalmente libre y, tal vez por eso, no me quedaba duda de que sería absoluta. No pude imaginarme un amor más grande hacia la literatura.

Aquella noche empecé a leerla y conforme lo hice empezó a inspirarme. Recuerdo que cuando llevaba solo unas páginas tuve que parar, cerrar el libro, para procesar lo que tenía en mis manos. Su forma de usar el lenguaje me cautivó, me pareció sencillo y, la vez, como guiado por un perfeccionismo que me hacía comprender muy bien lo que buscaba en la novela. Fue como si ella me susurrara los consejos que necesitaba. A través de lo que su texto me transmitía, los comprendí. Menorca, Elena Ferrante, eran placeres sencillos. Como una elevación interna, como un silencio honesto. La verdad es sencilla, pero es algo íntimo. La verdad, en sí misma, la alegría y el dolor contenidos en el mismo instante. Esto era lo que yo quería tocar, lo que yo quería contar. Sin esta profundidad de los hechos no puedes verlo todo, te quedarías a medias y, ese placer que buscaba, estéril. En cala Binidalí continué leyendo al día siguiente. Me sorprendía conforme avanzaba en la historia, y cuanto más lo hacía, más me deleitaba con la lectura, aquello era exactamente lo que esperaba y, sin embargo, me abrió los ojos a una grandeza que no había encontrado hasta el momento. Elena Ferrante me recordó porqué quería contar la historia que estaba escribiendo, pero, sobre todo, me impulsó a escribirla tal y como quería hacerlo; desde la honestidad.

Me atraía la precisión con que abordaba todo, cada detalle narrado por la autora era necesario para llevarte a comprender el interior de aquellos personajes llenos de contradicciones que, precisamente por eso, son humanos. Escenas lentas para poder mirarlas con suavidad, para dejar que te asusten, y que te liberen después. Este era para mí el peso de una novela. Empecé a ver sus libros por todas partes y a pensar que aquella forma de escribir era un regalo. En Macarella vi un ejemplar en portugués, A amiga genial, tirado en una toalla, y en Turqueta otro en inglés, My brilliant friend, entre las manos de una chica cerca de la orilla. Sinónimos de la palabra estupenda en diferentes idiomas me deleitaban de playa en playa, me recordaban hasta dónde llega la belleza de las palabras bien elegidas.

Acabó agosto y volvimos a casa. Estaba deseosa por ponerme a escribir. Elena Ferrante me cautivó y descubrirla me ayudó a definir con mayor exactitud lo que buscaba, era el retrato real y único del sentir. Quería que el lector lo pudiera ver, incluso tocar, como yo lo hacía en mi cabeza.  Para mí aquello era un acto necesario, mi mayor deseo era mostrar la sensibilidad. 

Pienso en quién será ella. Aunque hayan asegurado saber quién es, a mí me gusta seguir imaginándomela en su esencia, con la imagen que elaboré de ella a través de sus libros. La próxima vez que vaya a Italia sé que no podré evitar pensar si me la estaré cruzando por la calle sin reconocerla. Tal vez nuestros pensamientos se verían la cara tras nuestro paso, tal vez ella estaría pensando en sus renuncias a sus raíces en Nápoles para lograr ser la escritora que hoy es, y, mientras, yo, en la delicadeza de sus títulos en todos los idiomas posibles y en la manera tan sincera en la que su obra caló en la mía.

 

Texto escrito para Revista Mimbre, marzo 2023.

 
Leer más
Journal, Escritura Lourdes Mínguez Journal, Escritura Lourdes Mínguez

El camino exacto

Compartí una cita de Joan Didion sobre el acto de escribir en mi cuenta de Instagram.

«Escribo por completo para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Lo que quiero y lo que temo». —Joan Didion. What I write. Lo que quiero decir.

Compartí una cita de Joan Didion sobre el acto de escribir en mi cuenta de Instagram.

«Escribo por completo para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Lo que quiero y lo que temo». —Joan Didion. What I write. Lo que quiero decir.

Por qué escribo. Me perturba esta pregunta aun cuando sé que no podría hacer nada mejor en el mundo que mostrar lo que habita en mis silencios a través de la escritura. Me calma saber que puedo expresar todo lo que llevo dentro mediante la palabra. Existe un lago enorme repleto de sensibilidad contenida en algún punto de mi cuerpo, mis venas desembocan ahí. Las teclas de mi ordenador son un arma suave, bondadosa. Aliada, a mi entender, que se activa en cuanto cierro los ojos, y me ayuda a sacar todo lo que hay y a darle orden.

 Pero cuando digo que me perturba esta pregunta es porque el acto de escribir me parece demasiado relevante como para precipitarme a dar una respuesta que pueda resultar insuficiente. Desde que empecé a escribir novela descubrí que había algo más allá de la necesidad de expresión. No sé muy bien cuándo sucedió, pero me di cuenta de que algo me llamaba cuando escuché por primera vez la palabra novelista. No había oído jamás palabra que me hubiera producido una atracción igual.

 La novela me ayuda a recordar por qué escribo, y me doy cuenta de que no quiero salir de ella. Cuando escribo novela encuentro una especie de rendición a descubrir el camino exacto, la respuesta, la verdad de los hechos. Cuando cuentas una historia no puedes sino contar la verdad de la historia. Este hecho me hace conocer al ser humano tal y como deseo hacerlo, sin vendas. Y esto es lo que me conmueve de la escritura, la honestidad de reconocerme en ella, y a la vez, de poder mostrar aquello que creo que debe ser contado del modo en que creo que debo hacerlo, a través de esa sensibilidad que me dirige. Siento un compromiso en ello, siento que hay tanto que debe ser contado, así como siento la urgente necesidad de deleitar al alma a través de la historia.

 Saber que trabajo en esto me satisface de forma única y absoluta. El proceso es una delicia. Me gusta elegir las palabras casi saboreándolas, construir palacios como melodías que manifiesten un mundo rico de matices a través de ellas, pensar que puedan ser degustadas como quien degusta un roquefort o un vino, y hallar una experiencia lírica con relación al entendimiento del ser humano.

Escribo desde la nostalgia, la esperanza y el anhelo. Hablo de amor, de arte y de naturaleza. Elementos con los que convive mi estela interior, y en los que me envuelvo concienzudamente para encontrar el camino. No entiendo ninguna historia que no se componga de alguno de estos elementos. El tiempo marca las manillas del reloj en un ritmo delicado, a veces hacia atrás, a veces hacia delante, a veces elije pararse. Te da la posibilidad de jugar con él y observar con precisión hasta sentir cada parte como si fuera tuya. La escritura une mi cuerpo a mí misma y al universo.

 
El camino exacto. Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Joan Didion en 1972 by Jill Krementz

Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

La poesía

La poesía vuelve a mí una y otra vez igual que la olas del mar vuelven siempre hacia la orilla.

La poesía vuelve a mí una y otra vez igual que la olas del mar vuelven siempre hacia la orilla. He tenido una relación complicada con ella durante toda mi vida. La buscaba cuando la necesitaba, la rehuía cuando sentía no saber honorarla. Nunca supe si sabía escribir poemas, en realidad. Lo que sale de mí tal vez solo sean palabras que buscan armonía a través de la verdad. Tal vez solo frases para ordenar mi caos con musicalidad. Pero, ¿qué es la poesía realmente?

Escribió Neruda: Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Diecinueve palabras para contar una historia de amor, una escena preciosa, una voz que hace eco, un pálpito perpetuado. 

En estos momentos estoy sumida en una novela, la historia de unos personajes a los que adoro. No pienso en escribir poesía. Solo quiero escribir su historia, transmitir su sentir, ser fiel a la verdad y contarla lo mejor que pueda. Pero, al final siempre vuelve. Se cuela mediante metáforas, repeticiones que ensalzan o suavizan según les convengan dando ritmo al texto, palabras honestas que al unirse logran como dibujar un párrafo que gestiona su oleaje rigurosamente llevándote adonde debe de forma más verídica, más profunda, más palpable, haciendo que la historia se cuente mejor, haciéndola, en consecuencia, más delicada, más perfecta, más humana. Y me vuelve a cautivar. Me he dado cuenta de que la poesía forma parte de mí. Siempre estuvo, aunque a veces le girara la mirada. Porque no solo aparecía en las palabras. Ahora que lo pienso, era esa búsqueda de la belleza constante. Esa adoración por la arquitectura de las ciudades desde niña, la música clásica, la danza, la escultura o el mar. ¿No es poesía todo ello también? La poesía es la simplificación de la belleza, un baile interno, un ensalzamiento holístico, una alquimia que te transforma, que te palpita el corazón, que te lleva de vuelta y que te abre los ojos. Conseguir crearla con palabras, sinceramente creo que es un misterio inexplicable. 

 
La poesía. Cartas al mar by Lourdes Mínguez
Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

Abrazar un instante

«¿Puede el amor poseerse sin ser consciente, mamá? ¿Podemos vivir la vida poseyendo un tesoro tan valioso y no saberlo nunca? ¿Guardarlo en el cajón, en la memoria, a veces, pensando que es algo pasado y no presente, taparlo con dudas y con prejuicios, y no amarlo como se merece nunca? ¿Permitirnos ver la vida de otros como inspiradora creyendo mejorar ciertos aspectos de la nuestra, pero nunca, jamás, mirarla de frente, destapar el polvo, que no es más que polvo, tocar el tesoro con tus propias manos y besarlo?».

«¿Puede el amor poseerse sin ser consciente, mamá? ¿Podemos vivir la vida poseyendo un tesoro tan valioso y no saberlo nunca? ¿Guardarlo en el cajón, en la memoria, a veces, pensando que es algo pasado y no presente, taparlo con dudas y con prejuicios, y no amarlo como se merece nunca? ¿Permitirnos ver la vida de otros como inspiradora creyendo mejorar ciertos aspectos de la nuestra, pero nunca, jamás, mirarla de frente, destapar el polvo, que no es más que polvo, tocar el tesoro con tus propias manos y besarlo?».

Estoy escribiendo una historia de amor. Me está absorbiendo. Sucede más o menos hacia mitad de la novela. De pronto comprendes algo, algo grande, algo que parecía imposible, pero real, muy real, y entonces todo tiene sentido. Un sentido abrasador. Tú ya sabes lo que va a pasar, conoces la perspectiva, las emociones, los porqués, incluso el final. Y ves que éste no es lo importante, que lo importante está en lo que pasa mientras tanto. Lo ves todo en tu cabeza de forma abstracta, amontonada, pero tan clara. Y solo quieres sentarte y ponerle las palabras perfectas, las que se merece, darle la forma adecuada para poder hacer honor con la escritura a esa historia tan bella. Saber contarla bien. De forma honesta, para que el lector la comprenda, pero con la poesía justa, para que pueda entrar en ella de verdad, para que pueda descubrir todo su esplendor, sentirla tanto como yo la siento.

Releyéndola, encontré este fragmento y fue como un flechazo. Me llegó mucho. Me hizo pensar en cuántas veces hemos anhelado amor, cuando en realidad ya lo tenemos. En todo lo que se nos escapa a veces, lo que obviamos cada día. Ese amor que guardas tan a tientas, si no lo buscas, si no lo miras, es posible que te olvides de que lo tienes, que se desvanezca, incluso, sin haberlo descubierto.

Y si solo abro los ojos, y si solo miro lo que hay. Y descubrir que en realidad no estoy sola. Que ese destello que busco estaba aquí. Y no tan lejos. En ese instante.

En ese instante está surgiendo algo. Crecen raíces, brotan flores, pasan mil cosas; y es magnífico, encontrar el tuyo, verlo antes de que se vaya.

Camino por la ciudad de vuelta a casa dejándome arropar por ella, por las historias de la gente que me cruzo. Y ahí lo veo. En lo más sencillo, lo veo. Lo encuentro cuando miro cómo apunta el sol a los árboles de pronto o cómo cae la lluvia cuando empieza el otoño sobre las hojas que parecían marchitar. El otoño es tan corto que si no lo observas dos veces se te escapa de las manos. Lo veo también cuando bailo, cuando leo poesía. Cuando escucho Verde de Sílvia Pérez Cruz y recuerdo quién soy. Lo encuentro también, en las sombras de los objetos, como arropados por un mundo entero en sí mismos sin darse cuenta.

Cómo definir el amor sino como el deseo profundo e íntimo, abrasador e imposible, de abrazar el instante en que lo estás viendo.

«Ellos, firmes en ese instante, se miraban a los ojos, se susurraban cosas al oído, disfrutaban de la risa del otro, de la conformidad del cielo; no pensaban en lo que fuera a venir después más allá que para que no viniera todavía, pues lo único importante era, abrazar lo que les hacía juntos, que el instante no se fuera».

 
Abrazar un instante. Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Untitled. Florence Henri, 1931

Leer más
Relatos Lourdes Mínguez Relatos Lourdes Mínguez

La mano de mamá

Relato para Revista Mimbre.

Olivia pasea de la mano de su hijo. La aprieta fuerte. Es demasiado pequeño para poder caminar solo, todavía. Mateo la agarra, la seguridad que te da una madre mientras pisas suelo rocoso no se puede comparar a nada. De pronto, una zona acuosa, hay algas, los pies resbalan un poco, pero la mano de mamá aprieta, sostiene, siente cómo le ayuda a mantener el equilibrio hasta pasar el tramo, avanza seguro, se pone erguido, y pasa a la playa. Aquí la arena es dócil, se siente amable, se adapta a un cuerpo que viene y va aún formándose. Sentados, el uno frente al otro, juegan con las manos a algo, se miran. Ella no está segura de si le ha enseñado todo lo que quería en estos pocos años, ella desea enseñarle tantas cosas; piensa en qué es lo más valioso, lo más importante. No es consciente de la magia. La calma que transmite una madre afectuosa. La belleza de sus ojos. La alegría de su rostro. La pureza de sus manos al acariciar las suyas. Está cansada, teme por la distancia que cree que les separa, pero no se da cuenta de que todo lo que le dieron a ella, ella ya se lo ha entregado.

 Mateo corre por la orilla, juega, salta las olas, vive feliz. Todavía no ha llegado el invierno, ni el frío, ni las dudas. Pero Olivia lo divisa a lo lejos, sabe que está ahí, que formará parte de su vida. Tal como le mira, imagina los años que están por venir. El tiempo que crees que está en realidad ya se ha ido. Todo ha pasado, las olas, la arena en el cuerpo, ya se fueron. El tiempo pasa volando, y de pronto su hijo ya no es aquel niño pequeño, su hijo se hace grande y siente no haber sabido enseñarle lo más valioso. Vivir. Solo vivir. Ella creía que él no la observaba. Que lo importante se les iba con el viento de la madrugada. Pero no, no se iría. Estaba con él cuando se levantaba despeinado de la cama con su libro entre los dedos. En el sol que ilumina la casa, en aquella música al despertar. En la voz de su madre cantando en la cocina, y en el azul del mar tras la ventana. En el olor de una tarta de cerezas casera que se ha hecho para compartir. ¿Qué hizo tan mágicos aquellos veranos donde predominaba lo sencillo? Le entregarían algo que nunca olvidaría. La relatividad del tiempo; el no sentir nunca que se fuera a acabar. Así se cocina lo valioso. Con dedicación y sosiego. Así se queda en la memoria, viéndolo cada día, haciendo parada en el corazón. Olivia se da cuenta. Como un nuevo despertar que se va divisando al alba, su cara se ilumina poco a poco de nuevo.

Se levanta de la arena consciente de la importancia de sus actos. De que el tiempo no se va. De que lo que ella le muestra ahora, hoy, este corto verano, no pasará; quedará en su recuerdo siempre, como una fotografía imperecedera. Pasarán los años. Pero él habrá podido guardar lo más poderoso, lo que le haga sentir libre. La elegancia verdadera es sutil y generosa. Un día, aquellos aprendizajes le harán elegir sus caminos, divisará sus propias orillas. La mano se soltará, pero él no estará solo.

 —Mateo. Quiero hacerte un regalo. Dime, ¿qué te haría inmensamente feliz?

Han pasado ya algunos veranos, pero él no lo duda ni un segundo:

—Ir juntos a la playa.

Relato escrito para Revista Mimbre, septiembre 2022.

 
La mano de mamá. Relato de Lourdes Mínguez
Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

El aroma de las flores cuando termina el verano

Escribo mientras observo cómo se va yendo el verano. Lo veo alejarse por el horizonte cada tarde desde hace unos días. No es que quiera que se quede, en realidad, me parece bien que se vaya. En esta época del año me veo entre el romanticismo de la nostalgia por lo que se va y la necesidad urgente de seguir avanzando.

Escribo mientras observo cómo se va yendo el verano. Lo veo alejarse por el horizonte cada tarde desde hace unos días. No es que quiera que se quede, en realidad, me parece bien que se vaya. En esta época del año me veo entre el romanticismo de la nostalgia por lo que se va y la necesidad urgente de seguir avanzando. Mientras recupero el ritmo con la novela, pienso en el perfume que se va rompiendo pero todavía noto, el que aún dejan las flores estos días, en el recuerdo de su tacto suave cuando empezaban a brotar y en su brillo en las noches que parecían perpetuas hace solo unas semanas. Yo no creo que el tiempo lo destroce.

Es como esa parte de nosotros que se busca sin contemplaciones, que germina en esos días en que de pronto el tiempo se para, hasta que ve la luz. No estaría mal, al menos, guardarnos esa parte que encontramos en ese momento, no dejarla atrás, en ese lugar escondida.

Sobre lo que todavía permanece, recuerdo una tarde en una cala de Menorca, Cala Torret, en Binibeca. Un pequeño muelle rocoso al que llegamos por casualidad paseando después de comer. Me llamó la atención su imagen tan viva, tan llena de luz, y tan melancólica a la vez a las cuatro de la tarde del mes de agosto. Solo había cinco personas. Frente a la escalera que bajaba al agua había una pareja abrazada, no hacía nada, solo miraba el mar. Me cautivó su serenidad, eran la representación del amor y la calma. Unos metros hacia atrás, había un hombre de unos cincuenta años leyendo un libro antiguo, parecía que lo hubiera escogido al azar de una librería llena de polvo, pequeño y con las páginas un poco amarillentas. Otra imagen perfecta de la belleza, un hombre leyendo frente al mar, sujetando con sus manos ese libro, levantando la mirada a veces, volviéndola a la historia de nuevo, era como si nada le separara de ella. Luego llegaron dos chicas jóvenes que se sentaron un poco más al fondo, en las rocas más apartadas, imagino buscando su intimidad para poder hablar de sus aventuras en la isla. Nosotros nos metimos al agua tratando de no hacer demasiado ruido. El color, el brillo, la paz que transmitía aquel momento lo hicieron magnífico. Los niños estuvieron un rato saltando desde las rocas al agua, disfrutaron, y luego, mientras Raúl se los llevaba un poco más hacia el fondo para bucear con ellos, yo me quedé secándome al sol, sintiendo el poder de ese silencio mágico, notando el peso de la compañía de quienes compartíamos aquel espacio. Tan nuestro en su conjunto, tan de cada uno en su lugar. Seis personas en un espacio tan pequeño buscando resguardo, devolviendo a los demás sin saberlo la paz que les daba el mar.

Es posible que ese dulce aroma dure solo unos días, unas semanas más. Pero todavía no se ha ido. Se va yendo, pero todavía se ve. El verano aún está. Esa magia aún está, parece que aún se pueda tocar, incluso, si cierras los ojos.

No podemos quitarle el encanto al verano, ese momento solo existe cuando sucede, no hay otro modo de vivirlo. Apreciarlo con los ojos bien abiertos cuando ocurre, tocarlo con las manos si es posible para poder recoger su aroma, y guardarlo, como quien prensa una flor y la deja entre las páginas de un libro para tratar de preservar su belleza lo más posible, para poder encontrártela un día, de pronto, y permitirte volver a recordar cuando la viste. Si te paras a oler las notas que queden, quizá percibas por un instante algún detalle olvidado, quizá te recuerde algo importante para ti en ese momento.

 Mientras duren estas tardes largas trataremos de seguir preparando alguna cena temprano para mirar el atardecer, esta vez ya desde nuestro jardín de casa. Esta tarde de sábado pondré la mesa con un bonito mantel y una tabla de quesos, algo de fruta, quizá, y un buen vino serán suficiente, disfrutaré de la compañía de mi marido y mis hijos dejando que se acabe la botella poco a poco, saboreando cada trago hasta el final. Miraremos la luna mientras tanto y percibiremos cómo el aroma de las flores de agosto va desapareciendo hasta que el recuerdo se evapore del todo.

 
El aroma de las flores cuando termina el verano. Cartas al mar by Lourdes Mínguez

Through my eyes by Sylvia Haghjoo

Leer más
Journal Lourdes Mínguez Journal Lourdes Mínguez

Según la olas

Cada vez que observo romper las olas siento cómo una parte de mí está cambiando. Somos cambio constante, al igual que las olas nunca dejan de navegar, vamos dejando atrás lo que fuimos para entrar en nuevas evoluciones.

Cada vez que observo romper las olas siento cómo una parte de mí está cambiando. Somos cambio constante, al igual que las olas nunca dejan de navegar, vamos dejando atrás lo que fuimos para entrar en nuevas evoluciones. Sucede tan despacio, no siempre somos capaces de verlo. Vamos hacia delante como llamados por aquello que anhelamos, a veces, retrocedemos un poco para reestructurarnos, coger impulso, pero siempre en manos de esa inequívoca transformación.

En realidad, aquello que fuimos fue fugaz aunque durara años, y a la vez, necesitó de horas infinitas para crear la historia y esencia de quien eres hoy. Esa fugacidad seguirá existiendo, y esas horas infinitas. No serás consciente, todo pasará delante de ti sin darte cuenta. A menos que un día te pares unos minutos a sentirlo como puedes sentir romper las olas.

 
Según las olas. Cartas al mar by Lourdes Mínguez
Leer más