Lo que me une a Elena Ferrante

En aquellos días empezaba a pesarme haber dejado demasiado abandonada la novela que estaba escribiendo. Estaba loca por contar esa historia, pero era como si las voces de los personajes se hubieran ido perdiendo entre sombras, me hablaban desde lejos, y al final, ya no las oía. Llegó agosto y decidí dejarla reposar un poco hasta la vuelta de vacaciones. Tal vez fuera lo mejor, las cosas vuelven cuando deben hacerlo. Entonces nos fuimos a Menorca.

No olvidaré aquella tarde en la que decidimos ir a dar una vuelta a Mahón para comprar un libro a mi hijo. Mientras él echaba un vistazo, me quedé observando la estantería giratoria y vi el nombre de Elena Ferrante en aquel ejemplar de bolsillo de La amiga estupenda. Soy una persona que se mueve por intuición y hubo algo que me atrajo mucho. Era la forma del título. Parecía simple, pero esa simplicidad me resultó elegante. Encontré cierto sentimiento femenino que me llamaba, y, por otra parte, la palabra estupenda me pareció que aguardaba algo indecible, me sorprendió, era una palabra que nunca se me hubiera ocurrido usar, y de pronto, me sedujo, me pareció bonita, como esas cosas que lo son sin saberlo. Pero la autora sí lo sabía. Me fui de allí con el libro, pensando en quién era Elena Ferrante. Yo ya había leído que Elena Ferrante era un seudónimo. Ella no quería que la conocieran por quien era, solo quería que la conocieran por sus historias. A mi entender, una elección tan elevada, tan elegante, como el título; ella era alguien que dejaba que su obra fuera solo eso, una obra, sin sombras, la dejaba totalmente libre y, tal vez por eso, no me quedaba duda de que sería absoluta. No pude imaginarme un amor más grande hacia la literatura.

Aquella noche empecé a leerla y conforme lo hice empezó a inspirarme. Recuerdo que cuando llevaba solo unas páginas tuve que parar, cerrar el libro, para procesar lo que tenía en mis manos. Su forma de usar el lenguaje me cautivó, me pareció sencillo y, la vez, como guiado por un perfeccionismo que me hacía comprender muy bien lo que buscaba en la novela. Fue como si ella me susurrara los consejos que necesitaba. A través de lo que su texto me transmitía, los comprendí. Menorca, Elena Ferrante, eran placeres sencillos. Como una elevación interna, como un silencio honesto. La verdad es sencilla, pero es algo íntimo. La verdad, en sí misma, la alegría y el dolor contenidos en el mismo instante. Esto era lo que yo quería tocar, lo que yo quería contar. Sin esta profundidad de los hechos no puedes verlo todo, te quedarías a medias y, ese placer que buscaba, estéril. En cala Binidalí continué leyendo al día siguiente. Me sorprendía conforme avanzaba en la historia, y cuanto más lo hacía, más me deleitaba con la lectura, aquello era exactamente lo que esperaba y, sin embargo, me abrió los ojos a una grandeza que no había encontrado hasta el momento. Elena Ferrante me recordó porqué quería contar la historia que estaba escribiendo, pero, sobre todo, me impulsó a escribirla tal y como quería hacerlo; desde la honestidad.

Me atraía la precisión con que abordaba todo, cada detalle narrado por la autora era necesario para llevarte a comprender el interior de aquellos personajes llenos de contradicciones que, precisamente por eso, son humanos. Escenas lentas para poder mirarlas con suavidad, para dejar que te asusten, y que te liberen después. Este era para mí el peso de una novela. Empecé a ver sus libros por todas partes y a pensar que aquella forma de escribir era un regalo. En Macarella vi un ejemplar en portugués, A amiga genial, tirado en una toalla, y en Turqueta otro en inglés, My brilliant friend, entre las manos de una chica cerca de la orilla. Sinónimos de la palabra estupenda en diferentes idiomas me deleitaban de playa en playa, me recordaban hasta dónde llega la belleza de las palabras bien elegidas.

Acabó agosto y volvimos a casa. Estaba deseosa por ponerme a escribir. Elena Ferrante me cautivó y descubrirla me ayudó a definir con mayor exactitud lo que buscaba, era el retrato real y único del sentir. Quería que el lector lo pudiera ver, incluso tocar, como yo lo hacía en mi cabeza.  Para mí aquello era un acto necesario, mi mayor deseo era mostrar la sensibilidad. 

Pienso en quién será ella. Aunque hayan asegurado saber quién es, a mí me gusta seguir imaginándomela en su esencia, con la imagen que elaboré de ella a través de sus libros. La próxima vez que vaya a Italia sé que no podré evitar pensar si me la estaré cruzando por la calle sin reconocerla. Tal vez nuestros pensamientos se verían la cara tras nuestro paso, tal vez ella estaría pensando en sus renuncias a sus raíces en Nápoles para lograr ser la escritora que hoy es, y, mientras, yo, en la delicadeza de sus títulos en todos los idiomas posibles y en la manera tan sincera en la que su obra caló en la mía.

 

Texto escrito para Revista Mimbre, marzo 2023.

 
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