El aroma de las flores cuando termina el verano

Escribo mientras observo cómo se va yendo el verano. Lo veo alejarse por el horizonte cada tarde desde hace unos días. No es que quiera que se quede, en realidad, me parece bien que se vaya. En esta época del año me veo entre el romanticismo de la nostalgia por lo que se va y la necesidad urgente de seguir avanzando. Mientras recupero el ritmo con la novela, pienso en el perfume que se va rompiendo pero todavía noto, el que aún dejan las flores estos días, en el recuerdo de su tacto suave cuando empezaban a brotar y en su brillo en las noches que parecían perpetuas hace solo unas semanas. Yo no creo que el tiempo lo destroce.

Es como esa parte de nosotros que se busca sin contemplaciones, que germina en esos días en que de pronto el tiempo se para, hasta que ve la luz. No estaría mal, al menos, guardarnos esa parte que encontramos en ese momento, no dejarla atrás, en ese lugar escondida.

Sobre lo que todavía permanece, recuerdo una tarde en una cala de Menorca, Cala Torret, en Binibeca. Un pequeño muelle rocoso al que llegamos por casualidad paseando después de comer. Me llamó la atención su imagen tan viva, tan llena de luz, y tan melancólica a la vez a las cuatro de la tarde del mes de agosto. Solo había cinco personas. Frente a la escalera que bajaba al agua había una pareja abrazada, no hacía nada, solo miraba el mar. Me cautivó su serenidad, eran la representación del amor y la calma. Unos metros hacia atrás, había un hombre de unos cincuenta años leyendo un libro antiguo, parecía que lo hubiera escogido al azar de una librería llena de polvo, pequeño y con las páginas un poco amarillentas. Otra imagen perfecta de la belleza, un hombre leyendo frente al mar, sujetando con sus manos ese libro, levantando la mirada a veces, volviéndola a la historia de nuevo, era como si nada le separara de ella. Luego llegaron dos chicas jóvenes que se sentaron un poco más al fondo, en las rocas más apartadas, imagino buscando su intimidad para poder hablar de sus aventuras en la isla. Nosotros nos metimos al agua tratando de no hacer demasiado ruido. El color, el brillo, la paz que transmitía aquel momento lo hicieron magnífico. Los niños estuvieron un rato saltando desde las rocas al agua, disfrutaron, y luego, mientras Raúl se los llevaba un poco más hacia el fondo para bucear con ellos, yo me quedé secándome al sol, sintiendo el poder de ese silencio mágico, notando el peso de la compañía de quienes compartíamos aquel espacio. Tan nuestro en su conjunto, tan de cada uno en su lugar. Seis personas en un espacio tan pequeño buscando resguardo, devolviendo a los demás sin saberlo la paz que les daba el mar.

Es posible que ese dulce aroma dure solo unos días, unas semanas más. Pero todavía no se ha ido. Se va yendo, pero todavía se ve. El verano aún está. Esa magia aún está, parece que aún se pueda tocar, incluso, si cierras los ojos.

No podemos quitarle el encanto al verano, ese momento solo existe cuando sucede, no hay otro modo de vivirlo. Apreciarlo con los ojos bien abiertos cuando ocurre, tocarlo con las manos si es posible para poder recoger su aroma, y guardarlo, como quien prensa una flor y la deja entre las páginas de un libro para tratar de preservar su belleza lo más posible, para poder encontrártela un día, de pronto, y permitirte volver a recordar cuando la viste. Si te paras a oler las notas que queden, quizá percibas por un instante algún detalle olvidado, quizá te recuerde algo importante para ti en ese momento.

 Mientras duren estas tardes largas trataremos de seguir preparando alguna cena temprano para mirar el atardecer, esta vez ya desde nuestro jardín de casa. Esta tarde de sábado pondré la mesa con un bonito mantel y una tabla de quesos, algo de fruta, quizá, y un buen vino serán suficiente, disfrutaré de la compañía de mi marido y mis hijos dejando que se acabe la botella poco a poco, saboreando cada trago hasta el final. Miraremos la luna mientras tanto y percibiremos cómo el aroma de las flores de agosto va desapareciendo hasta que el recuerdo se evapore del todo.

 
El aroma de las flores cuando termina el verano. Cartas al mar by Lourdes Mínguez

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